Estudiantes de 4to de Periodismo!
Este documento, ahora que están reportando la Constituyente de 1940 lo
acaban de publicar en cubaposible.com (el enlace completo es:
http://cubaposible.com/carta-abierta-al-coronel-fulgencio-batista-zaldivar/)
Se los dejo solo para que puedan apreciar las complejidades del
momento histórico. ¡También espero sus comentarios!
Introducción a cargo de Walter Espronceda Govantes
En 1940, a propósito de la investidura democrática de Fulgencio
Batista, el ciudadano Julio César Fernández decidió enviarle al
Coronel golpista de 1933 una carta abierta titulada Yo acuso a
Batista. De inmediato, la misiva fue publicada por la Colección
"Construyendo a Cuba" con el título escogido por el autor y con el
subtítulo Estudio psicosociológco de un hombre y una época. El texto
que presenta esta sección constituye una especie de prólogo a cargo
del propio Julio César Fernández, quien exhibe el apreciable caudal
cívico legado por la tradición honorable del siglo XIX cubano, y del
cual siempre careció el caudillo inconstitucional y doblemente
golpista que tanto influyó en la sociedad política nacional entre 1933
y 1958.
————–
Carta abierta al coronel Fulgencio Batista y Zaldívar
Por Julio César Fernández
Mi antiguo camarada:
Creo que soy de los pocos que aún te pueden llamar así. La asombrosa
facilidad con que sobornaste a tantos hombres y con que doblegaste aun
a altos mandatarios de la nación, no me ha alcanzado a mí. Tengo la
satisfacción y el orgullo de poder decir en voz alta que no he sido
nunca subordinado tuyo. No me ha tentado jamás a través de tus seis
años de intromisión y dominio en la política cubana, la oportunidad de
integrar ese zigzag con que has hecho subir y bajar a los hombres.
Unas veces de modo directo, otras a través de la administración
pública que por la coacción invadiste, has mantenido subordinados a
tus decisiones o sometidos a tu arbitrariedad a individuos que hoy no
tendrían la fuerza moral de tratarte de igual a igual. Aceptaron tus
dádivas o tu merced, callaron por necesidad, y se sometieron a tu
maquinaria trituradora de hombres. O bien se acercaron a ti mendigando
favores o simulando admiración por tu política anárquica. Esos no
podrían con fuerza moral, hablarte como yo te hablo.
Yo no he sido nunca subordinado tuyo. Te vi formarte y abrirte paso
bajo la bandera que enarbolamos el 4 de septiembre de 1933 y aunque
por derecho propio me hubieran correspondido responsabilidades y fácil
me hubiera sido mantenerlas junto a tu éxito triunfante, he tenido y
hoy lo afirmo con orgullo, la satisfacción de haberlas repudiado. Nada
te he pedido nunca, ni nada sé que me hubieras negado. No tengo en un
orden personal, reproche alguno que hacerte. Si tuviera que recordar
los días primeros y confusos de la revolución que compartimos juntos,
sin jerarquías aun establecidas y sin definiciones en los hombres,
guardaría de tu persona un recuerdo cordial y afectivo. Si nos
hubiéramos conocido, no bajo la enseña que quiso ser honesta y digna
de la revolución, sino en alguna de las incitantes aventuras con que
los hombres viven fuera de la ley en los arrabales de Chicago, acaso
fuera yo hoy de tus más entusiastas colaboradores. Bajo la consigna
revolucionaria no puede ser lo mismo. Las aventuras al margen de la
ley no pueden confundirse con las responsabilidades de la política.
Por eso deserté yo de la aventura de Septiembre, cuando la cuestión
política se convirtió en un caso de policía.
Por todo lo anterior quiero decirte que este libro no es un reflejo de
animadversión personal alguna, ni natural despecho en quien haya
ambicionado algo que no le hayan concedido. Jamás he querido nada de
ti. Jamás me ha tentado tu éxito pródigo y generoso para los
tránsfugas. Nada tengo que reprocharte en el orden personal. Pero sí,
en cambio, he hecho mía, apasionadamente mía, la cuestión pública de
alarmante alcance que constituye tu intromisión en la política cubana.
He esperado algún tiempo, creyendo que por natural inercia te
limitarías por ti mismo. Hoy, asomado a esta ocasión histórica de Cuba
en que reapareces investido de enorme peligrosidad, me apresuro a
hacerte justicia, emplazándote ante el país, con la sinceridad que
creo hacerlo y con la fuerza moral que me debe asistir. Ojalá consiga
sobre la indiferente sensibilidad, anquilosada por las impunes
reincidencias que ha tenido que presenciar, una actitud más enérgica y
viril que impida la consumación de tu triunfo.
La Habana, abril de 1940.
Julio César Fernández
Un blog docente para el trabajo de estudiantes de la Universidad de La Habana en temas relacionados con la historia de Cuba y el Patrimonio histórico cultural
viernes, 30 de septiembre de 2016
miércoles, 28 de septiembre de 2016
Visita al Centro Histórico de La Habana Vieja
Muchachas y muchachos de 3ro de Historia.
Luego del recorrido de dos semanas por La Habana Vieja, los invito a publicar su foto y comentario en este blog, así los demás pueden comentar sus fotos y participar todos de la clase... Los espero
Luego del recorrido de dos semanas por La Habana Vieja, los invito a publicar su foto y comentario en este blog, así los demás pueden comentar sus fotos y participar todos de la clase... Los espero
¡Reporta la Asamblea Constituyente de 1940!
Imagina que te ha tocado reportar las sesiones de la Asamblea Constituyente de 1940. Busca en eñ Diario de Sesiones de la Asamblea un día en específico (a lo mejor te embullas y reportas varios días seguidos, para ver cómo siguió un tema en particular) y realiza el reporte periodístico para un supuesto diario para el cual trabajas (este blog, en realidad). Publica tu reporte aquí en los comentarios.
Lo discutimos en la clase próxima
Lo discutimos en la clase próxima
martes, 20 de septiembre de 2016
Orientaciones...
Orientaciones....
1. Leer el texto y escribir comentarios y preguntas, discutir en los comentarios
2. Apoyar sus argumentos con un link que puedan leer las demás personas interesadas...
3. Ser respetuosas en el debate
1. Leer el texto y escribir comentarios y preguntas, discutir en los comentarios
2. Apoyar sus argumentos con un link que puedan leer las demás personas interesadas...
3. Ser respetuosas en el debate
El pueblo de Cuba y el 20 de mayo, por Fernando Martínez Heredia
Un siglo del 20 de mayo
Más que una
efeméride, el centenario del 20 de mayo es un síntoma. Cien años después Cuba,
que ha llegado tan lejos, mira atrás —entre el deseo y el vértigo— en busca de
respuestas o, quizás, de nuevas preguntas. El largo siglo comenzado en 1895
—que no termina todavía— sigue enarbolando sus retos, los que por cierto develó
desde el inicio: la existencia realmente autónoma de Cuba como pueblo
independiente y los instrumentos de su soberanía, y la justicia social que
satisfaga los intereses y deseos más sentidos de sus grupos sociales
mayoritarios y los instrumentos de su realización, tienden a andar juntos o a
no triunfar. Los resultados en cuanto a ambos propósitos, y las luchas por
alcanzarlos, son el camino, un largo camino que no termina porque está en su
naturaleza no terminar.
Las grandes
conmemoraciones del largo siglo cubano se refieren a sucesos ocurridos al amanecer,
o aún más temprano, menos este 20 de mayo que significativamente aconteció a mediodía.
La frase fuerte equívoca de aquel día — “hemos llegado”— y su contenido de triunfos
repartidos entre los contendientes dan cuenta del carácter singular de esta
efeméride del inicio de la existencia del Estado-nación en Cuba. No resulta
fácil imaginar cómo pudieron conciliarse dos realidades tan opuestas. Por un
lado, la tremenda alegría popular, el goce inmenso por el hecho que parecía
realizar las motivaciones e ideales por los cuales aquel pueblo de castas
resultó unificado por una conciencia política, se fue en masa a la gran guerra
popular y al holocausto, y exigió después la retirada del ocupante extranjero
con todas sus energías y de todas las formas posibles. Por otro, las
preocupaciones, angustias y desilusiones que traía consigo el nuevo Estado
nacional, provenientes de los grandes recortes de la soberanía nacional —a
manos de una potencia extranjera— y del proyecto revolucionario, porque desde
el final de la guerra las clases rectoras del país priorizaban el retorno al orden
sin voluntad de satisfacer los anhelos de justicia social.
Evento ambiguo
de por sí, el 20 de mayo fue un fasto en entredicho desde los años de la
primera república —la que terminó a consecuencia de la Revolución del 30—; en
los años de la segunda república no llegaba nunca a compararse con las
efemérides de la gesta insurreccional anticolonial y sus personalidades. En el
mundo de las frases coloquiales esta fecha nacional tan peculiar era la única
que auguraba o registraba un hecho desagradable, para aquel que le cayera “un
20 de mayo”.
El triunfo
revolucionario de 1959 desató cambios formidables de las personas, las
relaciones sociales y las instituciones. Cuba se liberó al fin de la dominación
imperialista de Estados Unidos y de la dominación de sus burgueses —a la vez,
como único podía ser— y desató sus potencialidades. Los cubanos tomamos
posesión de nuestro país. Aquel torbellino arrastró enseguida al 20 de mayo;
pocos años después, la repulsa notoria hacia “aquella república” se simbolizaba
en los enormes zapatos, único remanente de la estatua de Tomás Estrada Palma.
En los productos ideológicos, la educación y los medios de comunicación se
denigraba aquel evento o se le olvidaba. Del medio siglo anterior al Moncada
solo quedaban en pie las luchas y los héroes, no tan recordados como los de la
lucha anticolonial, ni con demasiado acierto. En las reducciones hagiográficas
de la historia de Cuba la república del 20 de mayo no tenía cabida.
Sin embargo,
en las naciones fuertes, densas de tejidos y de historia, siempre hay factores
que contrarrestan las tendencias, y son más vigorosos cuanto más atañen a lo
que en cada época se considera esencial. En este caso, en la primera etapa de la Revolución en el poder
—la que va de 1959 a inicios de los años setenta— lo primero fue el gran
interés en todo el proceso histórico cubano que se despertó, y se fue ampliando
y profundizando con el aumento de las capacidades de la población. Los cubanos
sabían que vivían un evento histórico excepcional y necesitaban situarlo en la
historia del país y, al mismo tiempo, apoderarse de ella. Por otra parte,
dentro del campo revolucionario existían notables diferencias respecto a los
problemas de la transición socialista que se emprendía, y también respecto a la
revolución en el mundo; esas diferencias guardaban relación con las opiniones
que se tenían sobre la ideología soviética y del movimiento comunista que ella
orientaba. En esa circunstancia, los más radicales tendían a reforzar su
identidad con la pertenencia a una tradición cubana autóctona, de izquierda
insurreccional, antimperialista y socialista. Esto condujo a ensalzar o
estudiar las vidas de los grandes revolucionarios de los años veinte-treinta, y
ellas al imperativo de estudiar los procesos en que habían actuado y pensado,
ante tantas preguntas —y algunas perplejidades— que surgían. Entrevistas,
documentos, estudios, se publicaban en número creciente y despertaban interés y
debates. Como sucede en los tiempos cruciales para un país, la historia se tornó
un campo polémico.
En las
instituciones culturales de la joven Revolución se defendió el reencuentro y la
divulgación de la obra intelectual y artística del primer medio siglo xx cubano, con criterios realmente
inclusivos. Además, aquel había sido el medio en el que se formó la gran
mayoría de los intelectuales que estaba dentro del proceso. El componente
nacionalista radical de la
Revolución , y el entonces pujante orgullo de ser cubano, se
imponían a los “clasismos” y los extremismos. Para los jóvenes de los años
sesenta resultaron conocidos y atractivos los grandes pintores de esa época,
los novelistas, los poetas, los dramaturgos, los historiadores, y también los
pensadores. Por los caminos de las artes y las ideas tomábamos otra vez
posesión del propio país.
Sería muy largo abordar aquí los treinta años que van del final de
aquella primera etapa hasta hoy.[2]
Solo, por los fines de este trabajo, llamo la atención sobre algunos
hechos, después de reiterar lo necesario que es conocer la historia del último
medio siglo. La palabra contradicción se reitera al examinar numerosos campos
de la segunda etapa del proceso, la cual va de los primeros años setenta a la
caída de los regímenes de Europa oriental y el inicio de la última década del
siglo. La república del 20 de mayo no ha sido una excepción. Mientras se
multiplicaban la escolarización y las capacidades de la población, se reducía
la comprensión socialista revolucionaria de la sociedad y la historia,
suplantada en parte por una visión dogmática muy abarcadora y exigente, que
controlaba rígidamente muchos campos y actividades y repartía premios y
castigos a los personajes y los hechos históricos. La república fue demonizada.
Se olvidaron rigurosamente los hechos más diversos y se desfiguraron otros, al
servicio de “interpretaciones” concluidas antes de comenzar, y de una divulgación
y una enseñanza muy lastradas.
Personalidades descollantes o notables de los hechos, las ideas y las
artes fueron disminuidas, condenadas u olvidadas. Doy algunos ejemplos. Se
sumió en la oscuridad la lucha de los anarquistas y anarcosindicalistas,
protagonistas de la formación de un movimiento obrero amplio y radical,
creadores de la
Confederación Nacional Obrera de Cuba y uno de los factores
que hicieron posible la formación de un Partido Comunista en 1925. No se
reconocía como socialistas a revolucionarios que lo fueron, entre ellos a
Antonio Guiteras, uno de los máximos fundadores del socialismo cubano. Creencias,
creyentes e iglesias de aquel medio siglo sufrieron bajo el poder del “ateísmo
científico”. Datos, temas y períodos de la época republicana se consideraban
impropios para el estudio o la publicación, y palabras como “seudorrepública”,
“servidores del imperialismo”, “terratenientes”, “plantistas”, “corrupción” o
“gangsterismo” sustituían a los estudios y las valoraciones. Pensadores como
Jorge Mañach o artistas como Ernesto Lecuona estuvieron relegados o en
entredicho. Se creó, sin duda, un ambiente que debía generar insatisfacción,
pérdida de credibilidad de lenguajes y mensajes, y resistencias larvadas; ese
sería un caldo de cultivo para reacciones contra esa orientación maciza y
negada al menor debate, cuando se presentaran condiciones nuevas.
La contradicción
fue palpable en el mismo salto gigantesco de las capacidades de una parte
enorme de los cubanos y cubanas, producido apenas en el lapso de una
generación, y en el hecho decisivo de que este se dio en el marco de una
sistematización de la redistribución de la riqueza social —que incluyó
servicios sociales universales y gratuitos—, de defensa de la soberanía y de
crecimiento del producto económico. El antimperialismo y el internacionalismo
siguieron guiando la posición revolucionaria cubana. Cada error, deformación o
retroceso de aquella etapa resultaba contradictorio con la afirmación y
expansión del alcance de los cambios favorables obtenidos. En lo tocante a la
república se publicó un buen número de monografías —y también textos de aquella
época— que solían ofrecer un saldo positivo; en unos casos por su mera
diferencia con la “otra” república pueril o falseada; en otros, por sus
aportes. Las interpretaciones generales y las valoraciones específicas, sin
embargo, mantenían las graves deficiencias apuntadas. De otros modos diversos
aparecían también elementos o aspectos de aquel primer medio siglo republicano,
sin articulación entre sí, pero portadores de una continuidad y de unos rasgos
que resultaban más familiares para los cubanos que la mayor parte de los
enunciados culturales de la supuesta “comunidad socialista”.
En la nueva
etapa abierta de 1989-1991 en adelante los ambientes y las certidumbres anteriores
han sufrido disímiles y extraños destinos. Diez años después, cuando nos
acercábamos al centenario del 20 de mayo, se libraba una enconada aunque sorda
lucha cultural entre el poder, las relaciones sociales predominantes y los
valores de la sociedad de signo solidario en que hemos vivido —el socialismo
cubano— por un lado, y los valores y las relaciones sociales de un posible
orden que parece nuevo, pero que sería una nueva modalidad de capitalismo.
Entre otras armas, la historia es esgrimida por los contendientes como
instrumento de identidades y de legitimación. Pero la Historia , como cualquier
otra herramienta, tiene sus reglas propias. Sostengo que es necesario atenerse
a ellas, por válidas y numerosas razones. De acuerdo con esa premisa quiero
presentar aquí, muy sucintamente, varias cuestiones que me parecen centrales
para la comprensión de la república que comenzó el 20 de mayo.
Qué república fue aquella
Para el pueblo
cubano que vivió hace un siglo aquella república fue un gran triunfo, su primera
gran victoria como pueblo. Si pasamos de los grandes números y los fastos a las
vidas de las personas, podríamos tratar de imaginar a dos generaciones
envueltas en un combate a muerte contra un orden colonial secular que había
regido desde el idioma y la religión hasta la costumbre, que desplegó un enorme
poder militar y no vaciló en apelar al genocidio. Personas comunes tuvieron que
convertirse en héroes y en mártires y poseer una tenacidad y un espíritu de
sacrificio incomparables. Pero, al mismo tiempo, debieron combatir los hábitos
tan arraigados de supremacía de una raza sobre las demás y aceptar o impulsar
la igualdad de todos los ciudadanos en las prácticas cotidianas y las
situaciones límites, no en declaraciones. La gran masa humilde y buena parte de
los sectores medios llevaron la política revolucionaria al centro de sus vidas
y sus proyectos, cuando el país acababa de transitar al trabajo libre y el
capitalismo pleno, con una clase dominante en la economía consagrada a
insertarse en la economía mundial como complementaria de Estados Unidos
mediante el azúcar crudo y a controlar totalmente a los ex esclavos y sus
descendientes, a los inmigrantes pobres y a los demás jornaleros y campesinos.
Una clase para la cual toda revolución era un peligro inaceptable y, por
consiguiente, apoyó a España contra la insurrección. Los revolucionarios de los
años noventa lograron derrotar la opción política del autonomismo y arrastraron
a las mayorías a una revolución que fue popular y radical a un grado altísimo.
El pueblo cubano destruyó el poder de la metrópoli y estaba a punto de vencer
en 1898; ocupado militarmente por Estados Unidos, diezmado, extenuado y
hambriento, exigió la independencia plena durante otros tres años y medio de
jornadas cívicas extraordinarias. ¿Cómo no iba a sentir y considerar que había
obtenido un gran triunfo?
Los frutos de
la guerra no pueden reducirse tampoco a la existencia abstracta de una república.
En esos siete años de 1895 a 1902 se dio no solo el verdadero despertar de la
conciencia nacional —que una frase errónea sitúa veinte años después— sino su
conversión en un fenómeno masivo e irreversible. La importancia de ese logro es
colosal. Los cubanos no lo somos porque vengamos de la misma etnia, ni
compartamos la misma religión, o nuestra historia sea milenaria y nuestra
cocina autóctona variadísima. El gentilicio se hizo realidad por unas
representaciones y una conciencia política compartidas que llevaron a una gesta
nacionalista y a un holocausto, por una masa de acciones populares colectivas
que llamamos la Guerra
del 95, ampliada y afirmada por la acción política del pueblo durante la
ocupación norteamericana. Ese logro ha sido decisivo para el destino de Cuba
hasta hoy.
En otro
sentido más inmediato, para la masa del pueblo cubano la república no era esa
abstracción manejada en las valoraciones históricas. Una parte de la población
había participado directamente en la Revolución ; ahora eran los veteranos, los
ciudadanos de Cuba Libre, con muchas más experiencias y capacidades,
autoestima, reconocimiento social y aspiraciones. Ellos, sus allegados, los que
vivieron en su campo y muchos otros miembros de los sectores populares
emprendieron iniciativas y exigieron derechos, compensaciones y mayor participación
en la riqueza social. De inmediato obtuvieron el sufragio universal de varones
y mantuvieron siempre un alto nivel de prácticas políticas. En una medida muy
insuficiente adquirieron tierras para trabajarlas, y este fue un terreno de
contradicción inevitable con el programa de las clases dominantes, cuyo triunfo
consistió no solo en imponer su control sobre la tierra —el famoso latifundio
que en Cuba tuvo una función absolutamente burguesa— sino en mantener el
problema agrario fuera del debate político durante décadas. Grupos muy activos
de asalariados organizaron sindicatos, exigieron demandas, apelaron a la huelga,
aunque obtuvieron escasos éxitos. Las represiones contra ellos no esperaron al
20 de mayo para ser republicanas.
El racismo,
tan central en la cultura cubana del siglo xix,
sufrió un golpe de gran magnitud con la Revolución del 95, de ideología expresamente
antirracista; su mayor legado ideal, el pensamiento y el proyecto de José
Martí, era extraordinariamente superior para la convivencia humana que lo que
planteaba la civilización imperialista triunfante entonces en el mundo y en la
ciencia. Los negros y mulatos participaron masivamente en la Revolución. A partir
de ella se vivió una nueva etapa de la construcción social de razas y del
racismo, menos desfavorable en la práctica para los no blancos, a pesar del
profundo retroceso que trajo la época posrevolucionaria respecto a los
objetivos de la
Revolución. Pero sucedió algo más trascendente que ha pesado
hasta hoy: a) la doble autosubestimación que engendran el colonialismo y el
racismo en los no blancos fue quebrantada por las prácticas y las nuevas visiones
del mundo promovidas por la
Revolución , y por el orgullo emergente de la participación en
la creación de la nación republicana; b) la ley, el sistema y las ideas
políticas, ciertas organizaciones sociales y las percepciones de la nación
fueron definidamente integracionistas. Aunque unos vieran estos avances con
entusiasmo y otros con resignación, solo dieciséis años después de la
emancipación de los esclavos en una sociedad colonial y de castas, la república
cubana implicó la permanencia de aquellos logros, un arsenal simbólico que asociaba
el origen mambí y el Estado nacional con la igualdad racial, y un espacio real
para las luchas por el ascenso social y el reconocimiento de derechos.
A pesar de
todos sus recortes y mezquindades, aquella instauración republicana no era nada
despreciable para los humildes y la gente sencilla de Cuba. En las épocas
posrevolucionarias la gente común trata de sostenerse, conservar lo más posible
y obtener algún lugar en las nuevas circunstancias, transigir respecto a lo que
parece imposible, y salir adelante. Lo que me parece realmente notable fue la
capacidad popular de sobreponerse a las frustraciones y ejercer la ciudadanía
en toda la medida posible, las pugnas de grupos sociales por sus demandas
inmediatas y sus identidades, el predominio de un nacionalismo sin xenofobia
que relacionaba el pasado con un ideal que debía ser realizado. Esa combinación
de la capacidad de continuar bregando y la proyección hacia el futuro del
patriotismo cubano permitió una etapa ordenada de reconstrucción y crecimiento
—pese a que en ella se consolidó la dominación— y, sobre todo, que el proyecto
de liberación radical quedara más en suspenso que abandonado, como una fuerza
potencial para ulteriores empeños.
Es desde esos
puntos de partida, en mi opinión, que podremos reexaminar la primera república
cubana, sus realidades y sus hechos. A pesar de ser tan opuestas sus
motivaciones, entiendo que tanto la alabanza interesada de la república de
1902-1958 como el rechazo abstracto y en bloque de aquella época histórica
tienen en común su falta de relación con la vida y los problemas de la gente
común, y cierto hábito mental e ideológico de clases medias, muy lejanas a la
brega por la sobrevivencia y por un fatigoso y lento ascenso social a la que
están obligadas las mayorías. Habrá que develar omisiones, abatir ignorancias y
abandonar las frases hechas, los prejuicios y el sentido común y, sobre todo,
habrá que mirar de otra manera para lograr ver. Añado todavía algunas
precisiones que me parecen indispensables.
La república
fundada el 20 de mayo puede ser calificada, con justicia, de neocolonial. El hecho
palmario del dominio de Estados Unidos sobre Cuba fue decisivo en aquella
coyuntura y siguió operando en la vida cubana durante casi sesenta años. Para
varias generaciones de cubanos de los grupos sociales más diversos ese hecho
siempre estuvo fuera de duda; sus rasgos principales y su evolución han sido
establecidos por los historiadores. La burguesía de Cuba —para la cual la Revolución del 95 fue
una amenaza que la horrorizó— mantuvo su proverbial apego a sus intereses
inmediatos, aceptó la intervención norteamericana como evitación eficaz de un
arreglo forzoso con los mambises victoriosos que limitara sus ganancias y su
lugar social, se acogió a las relaciones de subordinación que impuso Estados
Unidos y se convirtió en su socio y dependiente. Después las intromisiones y
humillaciones se hicieron más visibles y, en el curso de veinte años, los lazos
neocoloniales se apretaron y se consumaron en su terreno básico: la economía.
La burguesía cubana tuvo que obedecer una vez más, y se sometió. Pero, al final
de los años veinte, ellos y los propietarios norteamericanos del sector en Cuba
chocaron con una nueva realidad: ya nunca más podrían vender cantidades crecientes
de azúcar crudo.
Sin embargo,
no es necesario tenerles lástima. Los burgueses cubanos vivieron su segunda
edad de oro en esta primera república, literalmente hablando, como puede
apreciarse todavía en el Vedado y Miramar, o en el fastuoso Capitolio.
Explotaron masivamente el trabajo de los cubanos y de un nuevo millón y medio
de inmigrantes, compartieron ganancias y propiedad con los empresarios
norteamericanos —y entregaron una gran tajada al Estado de aquel país—,
apelaron a todos los medios —incluidos los criminales— para mantener el mayor
control posible de los trabajadores, los campesinos y demás sectores populares,
gozaron de pasmosas riquezas y formaron poderosas corporaciones, y utilizaron
el nuevo Estado para viabilizar, proteger e impulsar sus negocios, enriquecerse
mediante el peculado y sostener clientelas políticas que facilitaran su
hegemonía sobre la sociedad. No se propusieron un proyecto nacional de
desarrollo, ni defender efectivamente la soberanía nacional y la calidad de la
vida de la población; fueron mezquinos, con más visión de sus intereses que de
su papel como clase rectora.
Y aquí está la
otra cuestión: por primera vez en nuestra historia la clase dominante en la
economía fue la clase rectora en la sociedad. Al fin los burgueses de Cuba
reunieron el predominio sobre la economía y el poder político, y se plasmaron
totalmente como clase. No fue una conquista propia, no poseyeron ese momento
original de protagonismo y conducción política que aporta alguna grandeza y cierta
tradición. Accedieron al poder por una necesidad posrevolucionaria, después de
una epopeya popular creadora de la nación, ajena a ellos. Ya vimos el primer
precio: ser una clase dominante-dominada, sujeta a la relación neocolonial. El
segundo fue compartir la rectoría sobre la sociedad —les era imposible dirigir
solos— con elementos procedentes de la Revolución del 95. De estos últimos provino el
personal político de la primera república —en todos los empleos y situaciones
fundamentales— y gran parte de los líderes sociales. Y, por último, pero no
menos importante, no lograron apropiarse de la gesta nacional y sus símbolos,
esa operación que, después de una revolución, permite a la nueva dominación
elaborar su legitimidad, convocar y conducir a todos, y presentar su interés de
clase como el interés nacional, esto es, no pudieron ser clase nacional.
Sin embargo,
se beneficiaron de tres duras consecuencias del nuevo orden emergente en 1902,
y aprendieron a utilizarlas en su provecho. La independencia y la soberanía
limitada obtenidas estaban en perpetuo riesgo de perderse ante el poder de
Estados Unidos, y un orden así basado debía traducirse en actitudes y
pensamientos que les fueran congruentes. La idea de la incapacidad cubana para
el gobierno propio —o la de una insuficiencia que sería necesario, aunque
posible, superar— fue una forma de pensamiento colonizado dentro de la
república; la primera generaba pasividad y resignación al dictado extranjero,
la segunda convertía a la educación y la “virtud doméstica” en supuestas
palancas eficaces para completar la república. Por otra parte, las ideas de que
tanto las demandas de trabajadores como las de negros y mulatos levantaban
conflictividades sociales peligrosas frente a la potencia que podía blandir la Enmienda Platt ,
llevó a muchos a rechazarlas e, incluso, a condenarlas, por peligrosas para la
integridad de la república. De ese modo, la nación y el nacionalismo llegaron a
invocarse contra la justicia social y la justicia racial.
Insisto
entonces en una calificación que casi nunca acompaña, en nuestros textos y
expresiones orales, a la mención de aquella república: fue una república
burguesa, es decir, fue burguesa neocolonial. No se trata de sumar epítetos
sino de denotar conocimientos útiles, o de buscarlos. Cuando solo denominamos
neocolonial a la república, nos deslizamos hacia unas antinomias que falsean u
oscurecen la comprensión de nuestro proceso histórico: “patricios vs. esclavistas”, “cubanos vs. españoles”, “cubanos vs. imperialistas”. De esa manera
simplista queda implícita la actuación de bloques que, en la realidad, nunca
existieron, al que pertenecerían todos los cubanos —exceptuados los “malos
cubanos” o los “traidores”— y desaparece de la escena la clase de los burgueses
cubanos, históricamente expoliadora del trabajo, sometida, racista y, cada vez
que ha sido necesario, antinacional.
Para que fuera
viable la primera república la dominación se vio obligada a reformular su
hegemonía a un grado mucho más complejo que antes de 1895. Tuvo que reconocer y
tutelar el ejercicio de la ciudadanía, y admitir los ideales y las prácticas
democráticas de la Revolución
como deber ser del nuevo régimen. Todo ello, y la igualdad racial, quedaron
ligados a la gesta que creó la nación republicana. La ciudadanía, la
democracia, la igualdad, la revolución nacional y la existencia de un proyecto
irrealizado eran tenidos por suyos por las clases populares, eran el núcleo de
su identidad nacional y su memoria histórica. A pesar de todos los desgastes y
manipulaciones, esa cultura acumulada era potencialmente hostil al sistema de
dominación vigente. La frustración a la que tantas veces se alude es un hecho
cierto, pero también lo es que poseyó una faceta activa, al concurrir como un
factor más a teñir de resistencia y rebeldía el espíritu de la nación. Aunque
dueña de las palancas del poder y el capital —decisivas en una sociedad cuando
la gente no está en marcha decidida en pos de cambios— la dominación se vio
siempre en pugna con las implicaciones de sus propios referentes.
Preguntarse
cómo funcionó esa primera república cubana durante un cuarto de siglo es partir
de un hecho histórico para interrogarlo en busca de conocimientos y de mejores
comprensiones de los procesos históricos. Su final es un ejemplo más de esa
necesidad de inquirir, y es la última precisión a la que aludiré. La república
no hubiera podido existir basada simplemente en su fuerza coercitiva palpable;
la prueba quizá está en que cuando tendió a reducirse a ella solo duró unos
pocos años más. El modelo económico de la primera república se agotaba durante
los años veinte, por lo que ella apeló al autoritarismo del gobierno y a frenar
y contrapesar el mecanismo de expansión exportadora azucarera. Lo segundo le
resultó imposible; lo primero deslegitimó el régimen político y precipitó el
movimiento contra la dictadura machadista, que pronto se convirtió en el
complejo de acciones colectivas que llamamos Revolución del 30. La
desobediencia masiva al orden constituido exigió el fin de la república liberal,
del semiprotectorado, de la tiranía que ahogaba los movimientos sociales
populares y ensangrentaba al país, y de la vigencia misma del sistema político
elaborado al inicio del siglo. No puedo abordar ese evento histórico aquí, pero
quiero afirmar que después de la
Revolución del 30 fue necesaria una segunda república cubana,
también burguesa y neocolonial, pero muy diferente a la primera. Por
consiguiente, el centenario conmemorado fue el de la primera república, porque
la segunda ya no era la del 20 de mayo.
¿Un centenario o un conflicto cultural?
Como en 1902,
el imperialismo parece reinar en todo el mundo, entonces con sus tropas coloniales
y la misión del hombre blanco, hoy con sus instrumentos neocoloniales, su
terrorismo y su guerra cultural. Cuba se bate en la coyuntura actual cuando se
recrudece la ofensiva mundial imperialista de Estados Unidos y avanza un tipo
de recesión en la gran economía capitalista. Sus armas decisivas son el poder
político y la gran acumulación cultural de liberación de su pueblo. La economía
es regida con la garantía de un balance entre los rasgos determinantes de su
reproducción y la vida de las mayorías muy diferente —y hasta opuesto— al que
predomina en el mundo. Pero en los propios rasgos nuevos de esa actividad económica
y de las relaciones sociales que establece está también la base de diferencias
sociales, de conductas y motivaciones personales que son adversas al
socialismo. Entonces el conflicto cultural es candente y resulta crucial. En
ese marco más general se encuentran los campos y eventos culturales, con su
relativa autonomía y con la capacidad de las acciones humanas de cambiar los
términos y los resultados del conflicto.[3]
Es indudable
que, en la última década, ha ocurrido un aumento del conservatismo en las ideas
y los sentimientos, que guarda relaciones verdaderamente complejas con la firme
política social redistributiva favorable a las mayorías que ha defendido y
mantiene el Estado, y con el indudable apoyo de mayorías que tiene el orden
vigente, expresado en la práctica ante todas las situaciones relevantes. Se han
abierto espacios para nuevas relaciones sociales y nuevos conflictos
culturales, sobre el teatro de esta nación que la unidad política y la defensa
de la soberanía reclaman como la nación de todos. Tantas alusiones guerreras de
nuestro lenguaje político —hijas de nuestra historia de combates y parientes de
la terminología lanzada por los bolcheviques hace más de ochenta años— no dejan
de ser pertinentes, si atendemos a la conflictividad que existe. Dos elementos
básicos de la ideología compartida por las mayorías son el antimperialismo y la
defensa y los reclamos de justicia social. Ellos están presentes en los eventos
y en la cotidianidad.
El centenario
de un acontecimiento tan importante como el establecimiento del Estado nacional
impone la revisión de las creencias acerca de él, y del lugar que ocupa en la
memoria histórica y en el aparato simbólico de la comunidad nacional cubana. Lo
primero que resalta es el nacionalismo, el hijo más vigoroso de aquella época.
Siempre ha habido —y la actualidad no es una excepción— formas y significados
diversos en cada caso de nacionalismo, mas siempre guardan capital relación con
las clases sociales, la dominación y el sistema hegemónico. Pero esa no es su
única relación. La crítica “clasista” irreal al nacionalismo ha sido funesta en
el último siglo, sobre todo para los participantes de la universalización del
socialismo revolucionario marxista: fue una verdadera tragedia. Aún más
funestas han sido —sin embargo— las creencias en un nacionalismo ajeno a la
existencia de las clases sociales y sus conflictos, porque han facilitado los
usos interesados que han hecho del nacionalismo los beneficiarios de la
opresión capitalista en el llamado Tercer Mundo. Que el nacionalismo popular
cubano haya sido hostil a la dominación burguesa y neocolonial —a diferencia de
otras formas de nacionalismo que sí han admitido o defendido ese tipo de
dominación— y que la nación cubana actual esté ligada a la liberación y el socialismo,
son dos hechos históricos favorables para darle continuidad y profundizar la
conciencia anticapitalista.
Lo anterior no
niega un hecho que es fundamental para la hegemonía: los aspectos de las
representaciones compartidas de la nación y el nacionalismo, que son comunes a
los distintos grupos sociales, generan una imagen unificada de nación que
contribuye en alto grado a legitimar las estructuras y funciones del Estado
nacional y le brinda prestigio de comunidad a la organización social vigente.
Además, es un hecho que lo nacional tiene otras dimensiones fuera de la de
clases.[4]
Por otra parte, aunque en un país que debió pelear tan duramente para dejar de
ser colonia es natural fijar su origen en las revoluciones del siglo xix, la nación y el nacionalismo no son
iguales a sí mismos a lo largo del tiempo: tienen su historia, son el resultado
de una acumulación cultural de sus elementos más permanentes y de rasgos de sus
diferentes formas históricas. Hoy los vivimos y nos afectan como si fueran iguales
a sí mismos desde que surgieron pero eso no es lo real.
No puedo
detenerme aquí en una cuestión práctica y conceptual fundamental: la nación y
el nacionalismo en los países del mundo que fueron colonizados y neocolonizados
tienen contenidos y significados muy diferentes de los que presentan en los
países centrales o capitalistas desarrollados. Es imprescindible tener esto
siempre en cuenta porque genera consecuencias trascendentales. Dentro de esa
pertenencia, Cuba registra otra especificidad: una gran Revolución socialista
de liberación nacional que asumió como suyo el nacionalismo revolucionario y el
radicalismo en materia de justicia social, triunfó, se sostuvo y modificó
profundamente a las personas y al país.
Hoy la
cuestión no consiste solamente en que el nacionalismo puede ser un denominador
común de los cubanos: es necesario discernir de qué nacionalismo se trata.
Establecer los hechos de la época republicana forma parte de ese
discernimiento, aunque puede dar muchos más frutos. No podría hacerse sin el
debido respeto, que haga efectiva la voluntad de superar la demonización de ese
período histórico. Después de que estemos convencidos de que aquella república
existió, estudiar su decurso será provechoso para incorporar al conocimiento
franjas enteras del proceso histórico cubano, deshacer errores y prejuicios y
reparar olvidos. Pienso que en el terreno ideológico ello puede fortalecer el
patriotismo a la vez que la asunción de un socialismo cubano. Y como maestra de
la vida, brindarnos algunas lecciones dentro de la singularidad que caracteriza
los hechos históricos.
La existencia
efectiva de la burguesía cubana —tan difícil de aceptar en tantos discursos
cubanos— provoca serios corolarios. Hemos visto cómo accedió al poder político
al final del proceso iniciado en 1895, a pesar de haber sido
antirrevolucionaria, al ser favorecida por la coyuntura, pero con las grandes
limitaciones que expuse arriba. Puede constatarse cómo reiteró su actitud
antinacional en cada circunstancia en que lo consideró necesario para seguir
siendo dominante, hasta desaparecer como clase después de 1959. Otro ejemplo es
el de las tensiones y la oposición existentes entre el acatamiento a lo que ha
parecido inevitable, determinado por la correlación de fuerzas, lo posible, por
un lado, y la utilización del tesón y las capacidades de resistencia o rebeldía
del pueblo por otro, que ha sido capaz de hacer estallar lo posible y crear
realidades nuevas. La pluralidad de posiciones y de criterios entre los
patriotas y luchadores sociales, con las divergencias y los conflictos que han
acarreado, es un buen campo histórico para estudios serios. Y también el
proceso completo —y complejo— de la Revolución del 30, que es tan importante en sí
mismo y para la comprensión del siglo. Y así podrían seguirse mencionando
numerosos campos y temas.
Necesitamos
trascender la estéril dicotomía de negar u olvidar la república burguesa neocolonial
o de recuperarla mediante alabanzas acríticas, y también precisamos superar el
interés pequeño de manipular aquella época histórica en un sentido u otro. En
materia de recuerdos, estimo que sería muy conveniente hacer dos
conmemoraciones: la de un siglo de aquel día, y la de los noventa años de la
terrible matanza en que desembocó el pronunciamiento contra el racismo
republicano del Partido Independientes de Color, que salió al campo
precisamente el día del décimo aniversario de la república. Entre otros
homenajes, podría erigirse un recuerdo permanente al coronel Pedro Ibonet —uno
de los líderes del PIC, asesinado por la represión—, héroe de la Invasión y de la campaña
de Maceo en Pinar del Río, jefe del Regimiento Invasor Oriental, cuyo hermano
Ramón —el abanderado desde la
Invasión — murió peleando en Pinar del Río, como tantos
orientales que dieron su vida y están enterrados en todas las provincias de
Cuba.[5]
Esas dos
conmemoraciones pueden ser más fructíferas si se aprovechan para conocer mejor
la historia de las construcciones sucesivas y acumuladas de razas y de racismo
en Cuba, las experiencias que nos han dejado, y la situación actual y la
ofensiva que puede y debe emprenderse contra el aumento reciente de
manifestaciones de racismo y sus causas. Y para conocer mejor los maravillosos
esfuerzos de un pueblo que creó su nación construyendo sus instrumentos para
pelear y triunfar en una tremenda guerra anticolonial y se inmoló en masa por
la libertad, la igualdad y la ciudadanía, conquistó después con sus
movilizaciones cívicas los espacios de una república suya desde antes del 20 de
mayo, en las pésimas condiciones materiales y políticas de un país destruido y
ocupado y, por último, no le permitió a la burguesía apropiarse de los símbolos
de su Revolución y consideró a la república tan limitada en que debía vivir y
trabajar como un peldaño en el ascenso hacia la conquista de los ideales
democráticos de la
Revolución. Las experiencias y la enorme cultura política de
los cubanos de hoy permitirían sacar gran provecho a esas iniciativas.
[1] La Habana , 25 de enero de 2002. Publicado en La Gaceta de Cuba, no. 4, UNEAC, La Habana , jul.-ago., 2002.
[2] Lo he hecho, en alguna medida, en cierto número de escritos publicados.
[3] Mis trabajos de reflexión publicados más recientemente sobre la Cuba actual están en Fernando
Martínez Heredia: El corrimiento hacia el
rojo, Ed. Letras Cubanas, La
Habana , 2001 y El
ejercicio de pensar, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello,
La Habana ,
Ruth Casa Editorial, Panamá, 2008.
[4] En el trabajo “En el horno de los noventa. Identidad y sociedad en la Cuba actual” desarrollo mis
criterios en cuanto a las implicaciones teóricas y prácticas de las relaciones
entre lo nacional, las clases y los complejos culturales en los cuales siempre
se expresan en la realidad. (En La Gaceta de Cuba, no. 5, UNEAC, La Habana , sept.-oct., 1998,
pp. 3-6, reproducido en El corrimiento
hacia el rojo, pp. 67-81). Contra los malentendidos en las aproximaciones
al fenómeno de la hegemonía, ver en este libro el texto “Nacionalizando la
nación. Reformulación de la hegemonía en la segunda república cubana”, pp.
[5] No lo logramos en el 2002 pero el 7 de agosto de 2008 la Comisión para Conmemorar
el Centenario de la
Fundación del PIC, creada por el PCC, develó una tarja en
memoria de ese hecho histórico, en Amargura no. Ibonet con un homenaje digno.
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