Cuba en los tiempos de Plácido, por Fernando Martínez Heredia
El racismo y
el difícil camino hacia la identidad nacional
Los treinta
y cinco años que vivió aquel niño expósito que tuvo más nombres que apellidos,
Gabriel de la Concepción Valdés, fueron de colosales transformaciones en la
isla de Cuba. El formidable dinamismo económico incubado en los treinta años
previos y desplegado a partir de la última década del siglo XVIII creó una
sociedad que estaba en la punta de los avances mundiales en la tecnología y la
organización empresarial, con formas urbanas de vida muy modernas y una cultura
de élites muy sofisticada, occidental y capitalista, ámbito vital de algunos
pensadores que hoy siguen siendo famosos y celebrados en Cuba. Sin embargo, ese
impetuoso crecimiento no llevaba necesariamente hacia la construcción de una
identidad nacional. La nueva formación económica había producido un salto
terrible en los niveles de explotación del trabajo y del dominio de unas
personas sobre otras, porque el modo de producción para la gran exportación de
azúcar y café al mercado mundial se basó en la introducción masiva de esclavos
africanos y su utilización despiadada, solo regida por el afán de lucro y las
leyes de la ganancia. Comprar y usar personas como esclavas, despojarlas de
todos los rasgos de su condición humana y su cultura que pudieran perjudicar su
explotación y estrujarlas en el trabajo hasta la muerte era una pasión de los dueños
de los grandes negocios que convirtieron a la isla de Cuba en una de las
colonias más ricas del mundo.
El modo
personal y familiar de vida de esos propietarios y de otros ricos del país —y
la demostración de su alta jerarquía social— dependió, en gran medida, de ser
servidos por miles de criados, hombres y mujeres esclavos. Otro gran número de
ellos fue empleado en satisfacer una parte de las necesidades de bienes y
servicios que crecían y se diversificaban: algunos adquirían habilidades y
hasta oficios. Burgueses emprendedores alquilaban esclavos para trabajar en
disímiles tareas a una escala creciente.
Como vía de
legitimar la dominación en aquel complejo tipo de sociedad se abrió paso la
exigencia de considerar seres inferiores por nacimiento y de por vida a los
africanos y sus descendientes. Este racismo moderno del siglo XIX fue inducido
por todos los medios y legalizado hasta dividir la sociedad en castas, extendió
sus efectos, de un modo u otro, a toda la población no blanca de Cuba y fue
aceptado por la mayoría de los que resultaban blancos. Se creó así una
situación que tendió a la permanencia e intentó convertirse en uno de los
rasgos distintivos de la cultura del país. Los habitantes de la Isla estaban
construyendo su identidad propia, pero a lo largo de todas las coyunturas de
aquel siglo la gran mayoría de los propietarios y empresarios renunciaron a
promover la independencia y constituir una clase nacional; su conducta, ante
los asuntos públicos, se rigió por sus intereses económicos inmediatos y por
acuerdos o subordinaciones que garantizaran sus negocios, sus propiedades, su
dominio sobre personas, su preeminencia social y sus representaciones del orden
y las jerarquías. La entrada de Cuba en la modernidad, a pesar de sus logros
maravillosos, estuvo fundada en la negación de la libertad, la igualdad y la
justicia.
La población
llamada “de color libre” en los documentos oficiales existía prácticamente
desde el inicio de la colonización y había alcanzado un lugar social
respetable. Esos negros y mulatos eran muy prestigiosos en el gran número de
oficios diversos que desempeñaban y en los cuerpos de milicias; laboriosos
hijos de una colonia de población insuficiente y altos índices de masculinidad,
estaban distribuidos en la sociedad sin que el color de su piel y su origen
subalterno les acarreara demasiadas desventuras ni constituyera escándalo.
LaLaidentidad “de color” cabía dentro de la diversidad de los componentes de la
colonia, por lo demás bastante diferenciados étnicamente, y para algunos hijos
de uniones interraciales la línea misma del color no era una barrera
infranqueable.
Los cambios
tan profundos y trascendentes a los que me he referido produjeron un lento
deterioro progresivo del lugar social de las personas “de color libres”, tanto
en las relaciones sociales informales como en las regidas por normas legales y
administrativas y, a la larga, mellaron hondamente su autoestima. La enorme
marea de esclavos devaluó la condición “de color” porque ahora su piel y otros
rasgos visibles eran los mismos que los de los seres humanos de más baja
condición, los que tenían dueño y no conservaban ni sus nombres, la casta
despreciable a la que se atribuía inmoralidad y otros vicios o insuficiencias y
que, al mismo tiempo, era considerada peligrosa por su gran número, su rencor y
su potencial de amotinamiento. Aunque seguía rigiendo la multitud de matices
raciales que la cultura isleña había consagrado, en las cuestiones esenciales y
las percepciones definitorias los “de color” eran medidos bajo el rasero
general de negros, una marca que el racismo promovía como la más infamante.
Desde 1805
la ley prácticamente prohibió los matrimonios entre blancos y no blancos, al
exigir la aprobación de la máxima autoridad insular, que usualmente se negaba a
darla; esa situación duró hasta 1881. La
inscripción, que era exigible a efectos legales, se hacía en dos registros
separados rigurosamente, uno para blancos y otro para pardos y morenos, como
les llamaban a mulatos y negros. Este
cuadro tan negativo se completaba con la pérdida de prestigio social
experimentada por el trabajo manual, reputado de “cosa de negros”; a pesar de
ser realmente una “cosa de pobres”, cualquier blanco sin fortuna podía sentirse
de naturaleza superior si no era trabajador manual.
No deberíamos
olvidar los efectos espirituales tan nefastos que tuvo esto en la población “de
color”. Los que habían visto su lugar y su ascenso social en la capacidad de
servir de maneras calificadas a la comunidad y ser leales al orden social, se
iban sumiendo en una desgracia que parecía venir de la esclavitud masiva de
negros y del exceso de negros, es decir, una culpa de los negros y de ser
negro. El rechazo de los libres a identificarse con los esclavos y el no ser
solidarios o simpatizar con ellos fue lo esperable. Un sinnúmero de
clasificaciones que estratificaban y valoraban, en más o en menos, a los no
blancos entre sí, expresadas desde los derechos, las opciones de vida y de
pareja hasta las expresiones de uso popular, aludían a los nuevos saberes que se
asumían: rechazo al negro en la vida de relación; valoración negativa del negro
y, en sentido más general, autosubestimación del no blanco y necesidad y
conveniencia de que el no blanco ajustara su ideal de conducta y de vida a ser
como los blancos o parecerse a ellos. Con esas divisiones y confusiones en el
seno de los oprimidos se consumó una forma más de enajenación que trocaba los
efectos en causas, degradaba a los no blancos y, al mismo tiempo, los separaba
entre sí, y postulaba una supuesta superioridad natural de todo blanco sobre
aquellos. De ese crimen terrible del racismo esclavista quedan huellas
negativas en Cuba hasta el día de hoy.
En el mismo
informe de 1792 —dirigido a la monarquía— en que propone “gastar menos en
mantener a los negros y hacerlos trabajar más”, el joven Francisco de Arango y
Parreño, tan brillante y moderno como tan cínico, recomendará la eliminación de
las milicias de negros y mulatos. No está pensando en el hoy, dice, sino en “el
tiempo en que crezca la fortuna de la Isla y tenga dentro de su recinto
quinientos mil o seiscientos mil africanos. Desde ahora hablo para entonces.
[...] Todos son negros: poco más o poco menos tienen las mismas quejas y el
mismo motivo para vivir disgustados de nosotros”. Ese tiempo llegó. En aquel texto Arango había
escrito, alborozado: “no hay que dudarlo: la época de nuestra felicidad ha
llegado”. Medio siglo después todo se había consumado.
Las
ideologías de la dominación colonialista y capitalista han falseado a fondo el
carácter profundamente conflictivo que tuvieron siempre las relaciones entre
los que fueron sometidos a la servidumbre y sus amos y señores. Docilidad y
lealtad ante paternalismo y justicia, o infantilismo y pequeñas maldades ante
adultez y bondad, han sido las prendas de unos y otros; el siervo descarriado o
violento, el malagradecido es una excepción, sometida al castigo y al olvido.
Las pinturas de los dominantes —orales o literarias, según el consumidor—
fueron apoyadas por estudios sociales sumamente influidos por esas ideologías
que les brindaron estatuto de ciencia histórica, antropológica o sociológica.
Un sector del pensamiento y las ciencias sociales ha librado un combate secular
contra aquellas ideologías y sus productos, rescatando otro mundo de y desde
los oprimidos, primero en franca pero tenaz minoría y cada vez más aportador y
desarrollado en el último medio siglo. Esos enfrentamientos culturales guardan
relaciones muy estrechas, aunque muy complejas, con los eventos y procesos de
luchas políticas, sociales y revoluciones. Cuba ha sido un teatro muy activo de
esos conflictos de ideas, posiciones y mensajes, tanto que me limito a
señalarlos aquí, para no desviarme de mi asunto principal.
Siempre hubo
en Cuba formas de resistencia cultural desarrolladas por los esclavos y libres
“de color”, y también rebeldías abiertas que, a veces, alcanzaron magnitud
notable. Rotura de herramientas, suicidios, “sincretismos” religiosos, abortos,
formas organizativas propias, tradición oral y artes fueron baluartes de las
resistencias; fugas, palenques, incendios, violencia y alzamiento de dotaciones
jalonaron las rebeldías. El cuadro de la época que describimos convirtió las
unidades de producción en cárceles y multiplicó la cantidad y calidad de los
medios de represión. La Revolución haitiana (1791-1804) conmovió profundamente
a todos los sectores sociales de Cuba y le dio, al ambiente opresivo de la
época, un factor nuevo y tremendo: en la isla más cercana, la gran colonia
modelo del siglo XVIII, los esclavos habían peleado y triunfado. Haití fue el
primer Estado independiente y soberano de la región que hoy llamamos América
Latina y el Caribe.
Aprensión,
miedo al negro y odio se respiraban y consumían, en unos casos creyéndolo y en
otros como argumento interesado. José Antonio Aponte y el movimiento
insurreccional pionero de 1812 habían mostrado que los negros eran capaces de
políticas revolucionarias. Una generación después, estallaban sangrientas
rebeldías en dotaciones de ingenios y existían conspiraciones con personas “de
color” libres; si se relacionaban y unían —y eso parecía posible en 1843—
podría producirse un gran estallido. Los sacarócratas de Cuba y la metrópoli
española también estaban siendo asediados, desde la dimensión internacional,
porque la emancipación de los esclavos y la ideología abolicionista ganaban
terreno en la conciencia de muchas personas y en la política de Inglaterra. .
La bestial
represión de 1843-1844, que nuestra tradición denominó “el año del cuero”, fue
una respuesta del sistema de dominación a través de su brazo estatal, los
aparatos represivos de España. La clase criolla que dominaba en la economía de
Cuba fue totalmente cómplice de la represión, sobre todo al pedir “protección
para sus fincas”, pero también al no elevar ninguna petición de benignidad ni
hacer sus notables otro gesto que el de apresurarse a declarar ante las
autoridades que jamás se mezclarían en ningún asunto cívico con gente “de
color”. Lo cierto es que dejaron a los funcionarios coloniales la misión
criminal de ejecutar el trabajo sucio que aseguraba la defensa de sus intereses
supremos, descalabraba a una clase media “de color” de Occidente, que podía
tornarse peligrosa y pretender guiar futuras rebeldías, y sembraba un sano
terror y un miedo duradero entre los no blancos. Con las manos más libres, los
propietarios continuaron con sus políticas de control social, incluida la del
“buen trato” a los esclavos.
Las
diferencias entre esos criollos y los gobernantes españoles suelen ser
exageradas y escogidas como centro de la materia histórica. El hecho relevante
es que los jerarcas exportadores habían sido dominantes en los principales
asuntos de la Isla y muy influyentes en los de la Península durante las décadas
en que su riqueza, siempre creciente, coincidió con la larga crisis de España,
frente a las guerras napoleónicas y las revoluciones de independencia de la
América española. En esos tiempos obtuvieron demandas frente a la condición
colonial análogas a las de los programas independentistas de sectores
poseedores de la América española. En toda la época rigió una férrea alianza
entre esa clase dominante y la monarquía, a pesar de que en su ámbito no
faltaron independentistas de la talla precursora de Félix Varela o la
prefiguración poética de José María Heredia. No obstante, desde los años 1830
en la metrópoli —muy retrasada en su desarrollo respecto a los que habían sido
sus pares europeos— fue avanzando un proceso de modernización capitalista,
primero en ciertas regiones, pero que se unificaba a partir de la institución
militar y la monarquía, a pesar de las grandes debilidades estructurales, la
inestabilidad política y las guerras carlistas. La clase dominante de la
economía de Cuba se entendió con los nuevos líderes —fueran liberales o
conservadores— y con la joven reina, a partir de que les garantizaran el orden
y un país seguro frente a Inglaterra y a maniobras de los políticos de Madrid,
y frente a subversiones y revoluciones radicales.
Ciertamente
tuvieron que ceder mucho. No solo olvidar el poder que lograron tener y las ideas
tan avanzadas que florecieron en la Isla; la noción de una autonomía moderada
—ser súbditos, no colonos— naufragó también. Debieron acallar el antitratismo y
los deseos de más liberalismo y más capitalismo de sus propios ideólogos
avanzados, y llegaron divididos ante la nueva política española. En 1837 los
liberales metropolitanos excluyeron de las Cortes a los delegados de las
colonias, y a estas de la jurisdicción de la Constitución liberal recién
promulgada. En Cuba seguirían rigiendo las Facultades Omnímodas de los
Capitanes Generales, vigentes desde 1825 hasta que se les aplicaran leyes
especiales que nunca se dictaron. Cuatro
mil propietarios de Cuba habían pedido formalmente a las Cortes que no rigiera
aquí la Constitución. Dos lecciones quedaban claras: el socio colonizado puede
ser víctima tanto de la fuerza como de la debilidad del colonizador porque se
ha mantenido a su merced; no se puede desear vivir en un mundo liberal y, a la
vez, vivir del trabajo esclavo.
La clase
aprendió sus lecciones. Ante todo, aceptó la subordinación que desde Madrid le
exigían unos y otros, unánimes en querer conservar la Isla y disfrutar parte de
la inmensa riqueza cubana. Si el general Espartero, Regente del reino en
1840-1843, pudo parecer peligroso por su liberal cercanía a Inglaterra, el
joven Capitán General enviado a la Isla en 1843, Leopoldo O’Donnell —futuro
creador del partido Unión Liberal y presidente del Gobierno— era inequívoco en
lo tocante a Cuba. Los criollos que dominaban en la economía isleña nunca
recuperaron su preeminencia, pero se entendieron bien con los cambiantes
gobiernos españoles del segundo tercio del siglo XIX. Fueron sordos a todo independentismo, aunque
los nexos económicos con España dieron menos ganancias que perjuicios, los
cuales iban desde el comercio hasta las exacciones. La anexión a Estados Unidos
—complejo movimiento y atracción modernizante para grupos en la Isla— fue para
ellos un juego político para presionar, pero no una opción dominante.
En cuanto al
modo de producción, vivieron atenazados por contradicciones terribles: en
1840-1869 multiplicaron su exportación azucarera por 3.5, compitiendo sin
ningún trato preferencial —en un mundo que protegía cada vez más sus azúcares—
a costa de deteriorar el medio físico de la Isla, ir abandonando la producción
de azúcar blanco para reducirse a exportadores de crudo, lograr mecanización
industrial pero sin poder evitar el crecimiento de la brecha tecnológica,
aumentar del 20% al 50% del total exportado a Estados Unidos y buscar en ese
país la relación neocolonial que no podía ofrecer España, y sintiendo siempre
el hambre insaciable de trabajadores para explotarlos, con independencia del
color de su piel. En los años cincuenta vivieron una orgía de importación de
africanos —130 mil, de ellos 90 mil en 1856-1860— con una decisiva colaboración
norteamericana. Los negreros de Cuba se despedían de la trata —que terminó en
la década siguiente— trayendo a una multitud de niños y jovencitos,
probablemente para disponer de esclavos que duraran un buen número de años y
para enseñarles a trabajar con equipos.
Por otra
parte, al inicio de los años cuarenta terminó en Cuba medio siglo de
pensamiento social realmente notable por muchos conceptos. Sus grandes temas
dejaron de tratarse, a pesar de que continuaban creciendo la riqueza material,
los niveles técnicos, los servicios, el periodismo y las prácticas de las
bellas artes. Hubo que esperar a la Revolución de 1868 para que resurgieran las
ideas.
No son
asunto de este trabajo los hechos de la gran represión de 1843-1844 ni el
suplicio de Plácido. Solo quiero destacar que el trabajo de historiadores de
varias generaciones ha ido estableciendo hechos y actuaciones, como la
operación terrorista de los gobernantes contra los “de color” libres, y de
control sobre los notables de Cuba, la felonía de Domingo del Monte —de antaño
rumorada—, el doble juego de Inglaterra y su traición a la confianza de los
conjurados “de color”, la existencia de una amplia conspiración de estos y la
participación en ella de Plácido, o la actuación de Estados Unidos y los
equilibrios entre potencias a los cuales sacó partido España.
Vista la
época en su conjunto, el proceso resulta sumamente contradictorio. Las
necesidades económicas y sociales pusieron a los africanos y sus descendientes
en el centro del modo de producción, y le dieron a la población no blanca, en
general, un lugar muy amplio en la reproducción de la vida material y los
servicios, pero también en las relaciones familiares y sexuales. Por este
complejo camino fue adelantando una configuración de la colectividad residente
en la Isla que la haría específica frente a su metrópoli y a cualquier otro
pueblo de la tierra. Sin embargo, al mismo tiempo, se estableció dentro de
ella, por necesidad ideológica de su sistema de dominación, la subestimación
social de los no blancos, la exigencia de que se autosubordinaran y la
expansión y fijación del racismo antinegro en la población blanca de los
diferentes grupos sociales. Lo primero podía conducir hacia el logro de una
identidad cubana, aunque no era suficiente para hacerla nacional. Lo segundo
era una forma moderna de impedir esa identidad o de que, cuando esta al fin se
lograra, el racismo arraigado permaneciera como una enfermedad crónica dentro
del cuerpo social, como sucedió en Estados Unidos, el Caribe y América Latina,
con sus causas y grados diversos, y sus especificidades.
Si eran tan
modernos los empresarios, los negociantes, los intelectuales y las ideas
enenCuba, desde fines del siglo XVIII a mediados del XIX, ¿por qué apelaron al
racismo más descarnado y lo impusieron por todos los medios? Parecería
imposible que las mentes influidas por relaciones tan estrechas con los centros
del capitalismo mundial, sus tecnologías, sus mercados, sus publicaciones y
pensadores creyeran que formaba parte de la naturaleza de los negros ser
inferiores a los blancos, y que era propio de personas justas someterlos a la
esclavitud, en masa y en grado tan despiadado. La Ilustración, la llamada
conciencia europea, la Revolución francesa, la exaltación del valor de la
libertad del individuo, todo iba en contra de aquellas creencias. Por otra
parte, la ideología religiosa católica, que proveía el más fuerte fundamento de
la vida privada, en relación íntima con la pública y con España, no consideraba
esencialmente diferentes a los negros y veía con agrado que todas las parejas
contrajeran matrimonio, aunque la Iglesia —institución como las demás del mundo
oficial— cohonestaba la esclavitud.
Quienes
organizaron su modo de producción para el gran mercado capitalista, tenían
prácticas burguesas y se sentían más modernos que su metrópoli española, debían
haber sido partidarios de las libertades individuales y la explotación del
trabajo asalariado. No obstante, la fuerza de trabajo al alcance del tamaño de
sus necesidades y su afán de lucro fue fundamentalmente la de los esclavos
traídos de África, y a eso se atuvieron. Veinte años después de La Escalera,
Carlos Marx aclaró, en su teoría del modo de producción capitalista, que no
debemos identificar ese sistema con la adopción de los medios más avanzados de
producción ni las relaciones laborales correspondientes: los burgueses se rigen
por la obtención de ganancias y su maximización, por cualquier vía que esté a su
alcance. Lo demás resulta secundario. El racismo antinegro inducido fue una de
las consecuencias de la opción asumida en Cuba, y una de las contradicciones
que generó la formidable anomalía constituida por la formación económica que se
estableció a partir de los años ochenta del siglo XVIII, respecto al tipo de
desarrollo capitalista europeo.
Como es
obvio, el racismo apela a elementos tradicionales de la cultura de los grupos
humanos y de las creencias generalizadas; lo notable, en este caso de Cuba, es
que la modernidad se puso a favor de afirmarlo y recrudecerlo. Toda dominación
necesita y expresa un medio cultural determinado. Aun siendo un aspecto
decisivo, cuando se examina el funcionamiento de una formación social, las
relaciones económicas principales no son suficientes para explicar el
predominio del racismo. Es necesario acudir a un complejo muy diversificado de
elementos y fuentes para captar la pluralidad de causas y rasgos del racismo de
Cuba del siglo XIX y las contradicciones que contenía, así como buscar la
comprensión articulando aspectos que pudieran parecer lejanos, pero en realidad
forman parte del entramado de un orden social. Es el caso del dinero, estupendo
vehículo abarcador de las relaciones sociales y nivelador potencial entre las personas
más disímiles, esperanto entre gente que provenía de lenguas tan diferentes,
motivador de iniciativas y esperanzas. O
el de los títulos nobiliarios que adquiría con su dinero cierto número de
familias de la clase criolla rica, aristocracia por imitación de la peninsular,
ayuna de toda raíz, que necesitaba de los criados y la sumisión servil para
parecer que tenía linaje.
Solo deseo
añadir que la segunda formación económica de la historia de Cuba, que he
abordado tan sucintamente, se desarrolló en la parte occidental de la Isla y se
fue extendiendo hasta la región central, configurando lo que Juan Pérez de la
Riva calificaba como Cuba A y B; ambas
contenían, además, fuertes diferencias regionales. No obstante, esa segunda
formación influyó cada vez más en la vida social y económica a escala nacional.
Los cambios tan profundos de las tres últimas décadas del siglo XIX le dieron
un carácter de capitalismo pleno y dieron paso a su cualidad neocolonial, lo
cual constituyó una tercera formación económica que duró hasta 1959. Sin
embargo, la impronta de la época iniciada a fines del siglo XVIII sobre un
sinfín de aspectos de la cultura cubana ha sido extraordinaria.
Con razón
exaltamos los ejemplos de rebeldía y las revoluciones cubanas porque ellas
constituyen nuestro hilo conductor nacional, que enlaza la historia, el
presente y los proyectos. Pero es imprescindible conocer también las formas en
que los dominados y oprimidos trabajaron y se desvelaron, a lo largo de la
historia, por adecuarse a la dominación y tener la mejor —o menos mala— vida
posible; conocer las representaciones y aprendizajes de la subordinación desde
los cuales pretendían defender valores y modos de vida individuales, familiares
y de grupos en que realizarse, y que también podían contener y contenían
defensas de la propia cultura, identidades y demandas, resistencias y
protestas, es decir, potenciales de rebeldías de mayor alcance. La victoria
mayor del capitalismo es lograr que el colonizado, el explotado, el
discriminado, el oprimido consienta serlo, y que considere a la dominación que
sufre como el único horizonte posible de vida cotidiana y cívica, al que deben
sujetarse, incluso, sus proyectos. El colonialismo mental y de los sentimientos
es uno de los más graves y persistentes males que necesitamos combatir y
vencer.
Es urgente
sacar más provecho a los trabajos tan valiosos que realiza un buen número de
historiadores. La Historia que se enseña en las escuelas y se consume en los
medios de divulgación que tiene el país debe desarrollarse y volverse capaz de
incorporar y expresar la rica y compleja realidad de la vida y de los caminos
que emprendieron los grupos sociales de Cuba en el proceso de su formación,
constitución y existencia como nación. Asimismo debe integrar esos conocimientos
a la narración y la comprensión de la historia nacional; integrar también
realmente a personalidades, como José Antonio Aponte y Gabriel de la Concepción
Valdés, en los lugares que merecen en nuestra historia, y hacer lo mismo con
las personas humildes, los trabajadores esclavos y libres, los campesinos, los
de medio pelo, los blancos sucios, la gente de abajo.
Quisiera
terminar con un breve comentario sobre el único camino que resultó viable para
la creación de la identidad cubana. Ella estaba en una encrucijada que
comenzaba a plantearse cuando Plácido le dio su aporte y perdió la vida. Cuba
no estaba destinada a ser lo que fue, su historia posterior podía haber seguido
un curso diferente al que tuvo; la historia de todo el mundo que fue colonizado
y neocolonizado nos ofrece numerosos ejemplos de malos finales. Al execrar a
los rebeldes de su tiempo y ratificar su fidelidad al régimen colonial que los
masacró y su creencia en la superioridad de la raza blanca, la clase dominante
criolla dio, otra vez, un paso en contra de aquella identidad. Ratificó así su
naturaleza, su incapacidad para ser decisiva o participar en la creación de una
nación cubana y su disposición a ser antinacional si era necesario. Sin
embargo, en aquel país de tan complejas relaciones entre la brutal y masiva
explotación de la fuerza de trabajo principal, el régimen y la opresión
colonial, la sociedad de castas legalizadas, razas socialmente establecidas y
creencias acerca de ellas, ninguno de los demás grupos sociales caracterizados parecía
poseer una conciencia unificadora de la dominación, las contradicciones y los
conflictos principales, ni formas organizativas o capacidad de conducción que
lo llevaran a proyectar y lanzarse a la acción contra el sistema, y a atraer a
los demás oprimidos a la lucha.
La
especificidad de la población de Cuba siguió ganando terreno, pero tampoco era
un destino inexorable que ella se plasmara como una cultura cubana nacional. No
existió una cultura cubana a lo largo del siglo XIX.. Coexistieron culturas que
se relacionaban cada vez más, aunque con contradicciones que, en algunos casos,
eran realmente graves. En un país colonial y con una economía subordinada al
exterior, esa situación pudo haberse hecho permanente y registrar solo lentas
evoluciones y reacomodos. No obstante, en el caso cubano la situación fue
transformada radicalmente por las revoluciones sucedidas entre 1868 y 1898. Lo
decisivo fue que, de 1868 en adelante, comenzó a surgir una nueva identidad en
la Isla, la cubana, que no se veía a sí misma procedente de una etnia, raza,
clase social o religión. Su conciencia social predominante era política y su
vehículo era la guerra revolucionaria, que desarrollaba en las personas nuevas
capacidades y seguridad en sí mismas, que brindaba vivencias y experiencias de
luchar y sufrir juntas, de mantener sus convicciones y desarrollar nuevas
relaciones interpersonales e instituciones.
Una de las
cuestiones principales que se advierten al abordar la cultura cubana es la
enorme carga de acumulaciones políticas que contienen sus dimensiones
populares. En la formación de Cuba y del cubano tuvieron papeles centrales las
luchas masivas por la libertad, la justicia y la soberanía nacional y popular.
La cultura política cubana registra creaciones simbólicas como el patriotismo
nacionalista, la negación del anexionismo a Estados Unidos, la unión entre
justicia social y libertad, la vocación republicana democrática, el
antimperialismo, y las ideas más contemporáneas de unidad política, socialismo
e internacionalismo.
Nueve años
después de Plácido, moría en Matanzas, anónimo y mísero, Juan Francisco
Manzano, el esclavo poeta que un día gozó del favor y la manipulación de la
tertulia delmontina. Más de un año lo tuvieron preso cuando la gran represión,
solo por maldad; aterrado, no volvió a escribir, pero ese mismo año nació en La
Habana un blanco pobre e hijo de inmigrantes, José Martí Pérez, otro poeta.
Lleno de sentimientos abolicionistas y patrióticos, se lanzó a la lucha
revolucionaria desde que era un jovencito —en la coyuntura dede1868—, arrostró
el trabajo forzado y persistió en el exilio. Sabemos cómo fue capaz de tejer
voluntades y entregarse a los humildes, unificar, multiplicar y organizar las
rebeldías, continuar y superar la gesta de la primera Revolución y dirigir la
consumación del proceso de constitución de la identidad nacional cubana. Con
Martí, Maceo y los que fueron como ellos, esa identidad quedó fijada como el
ser de un pueblo en lucha permanente por la liberación nacional y la justicia
social.
Yo creo que el artículo llamado ¨Cuba en los tiempos de Plácido¨ deja bien claro la influencia que tiene en nuestro país el problema del racismo que viene siendo arrastrado desde siglos atrás. Me parece interesante como los mismos cubanos fuimos creando esa diferenciación desde antes de las luchas independentistas, factor que propició que quedaran los rezagos de esta discriminación en la sociedad actual. Este racismo trajo consigo el aislamiento de los negros o no blancos, como se indica en el texto, e incluso les creo una imagen de imitación, con esto quiero decir que los hizo querer parecerse a los blancos.
ResponderBorrarPatricia Pando Perdomo grupo 3
Patricia! Gracias por comentar... Ahora ¿no te surgió alguna interrogante sobre el texto? Ya que a ti no, a mí sí, de lo que tú dices... ¿a quiénes, en términos históricos, beneficia el racismo?
BorrarMe resulto muy interesante la lectura del artículo que permite profundizar en cuanto a cómo estaba estructurada nuestra sociedad en el colonialismo. Como un tema tan grave como el racismo ha afectado durante décadas el orden social, sin entender y defender el derecho a la igualdad. Es por eso que en la revolución cubana se lucha por mantener y defender nuestros logros: de justicia social y libertad plena, así como la igualdad de derechos.
ResponderBorrarEntre las interrogantes que me trajo el texto está el tema de que me gustaría saber un poco más sobre lo que se denomina “el año del cuero” y las represiones desarrolladas en el período.
Karla Menéndez Grupo 3 1er año psicología
Karla, me alegro que tengas preguntas. Del año del cuero hablaremos en clase; fue el año 1844... Discrepo contigo en que la Revolución Cubana lo solucionó, aunque te apoyo en la idea de que ha hecho mucho más que en 450 años anteriores.
BorrarYo creo que el artículo llamado ¨Cuba en los tiempos de Plácido¨ deja bien claro la influencia que tiene en nuestro país el problema del racismo que viene siendo arrastrado desde siglos atrás. Me parece interesante como los mismos cubanos fuimos creando esa diferenciación desde antes de las luchas independentistas, factor que propició que quedaran los rezagos de esta discriminación en la sociedad actual. Este racismo trajo consigo el aislamiento de los negros o no blancos, como se indica en el texto, e incluso les creo una imagen de imitación, con esto quiero decir que los hizo querer parecerse a los blancos.
ResponderBorrarEl autor refiere queuna de las contradicciones de la formidable anomalía constituida por la formación económica fue el racismo antinegro inducido. Quisiera saber que otras contradicciones existían y porque al régimen económico lo nombro como anomalía???
ResponderBorrarLladne:
BorrarEscueta en tu comentario, pero válido por igual... Mira, FMH nombra como anomalía el régimen económico del siglo XIX en Cuba, porque, siendo de naturaleza capitalista, se alimentaba de la utilización de mano de obra esclava; lo cual se correspondía con regímenes económicos precedentes... En realidad fue una anomalía perversa porque significó la humillación y explotación de cientos de miles de personas en condiciones que no conocieron los antiguos esclavos europeos.
Se dice que el racismo antinegro fue inducido porque, culturalmente, había que "demostrar" la "inferioridad" de los negros para mantenerlos en su condición de esclavitud; fue una necesidad que luego se enraizó en la conciencia colectiva de la nación con huellas traumáticas que subsisten hasta el día de hoy.
Jenipher Cagigas comentó sobre este texto:
ResponderBorrarEl texto “Los más humildes también crearon la nación”, de Fernando Martínez Heredia, constituye una recopilación de la actitudes tomadas por el pueblo de Cuba incluso antes de considerarse “cubanos” frente las disímiles atrocidades que cometieron con ellos los españoles y norteamericanos, demostrando su valía (la de los cubanos) y contribuyendo a través de muchos pasos- lograr la realidad actual.
Me gusta que en el comienzo, el autor destaque la importancia de la identidad nacional y de las identidades que viven dentro de ella. Para comenzar con lo que sería el desarrollo del texto, él menciona el hecho del poco valor que le es dado al período del 1959 a hoy por desconocimiento de sus hechos, habiendo además un deterioro del orgullo de ser cubano. Luego, el autor plantea que nuestras deficiencias son algo secundario respecto a nuestras actuaciones, lo cual considero una buena forma de dar introducción al tema de los logros obtenidos, sin embargo, es una frase que ya he visto ?aunque con otras palabras- en otros sitios, lo que me recuerda el artículo sobre la ética escrito por Campa en el Libro de Texto de la asignatura de Análisis Dinámico del Comportamiento estudiado durante el semestre pasado, donde habla acerca de la autosuficiencia y aires de superioridad que se propaga cada vez más entre nuestros profesionales, perdiéndose importantes valores como la sencillez; por lo que pienso que aunque las hazañas deben seguir siendo recordadas, no deben ser puestas en un primer plano, dejando de prestar la atención requerida a los problemas del presente. Y quiero culminar mi comentario sobre este artículo diciendo que lo considero como un recorrido bastante completo y objetivo, aun estando resumido, que todos los cubanos deberíamos leer con el fin de valorar un poco más nuestra cultura y raíces como partes nuestras al fin. Y concluyo citando una frase del autor que me gustó mucho: ``Necesitamos una historia del trabajo como parte importante e insoslayable de la historia de Cuba, que ayude a formar o fortalecer una conciencia que rompa con la subvaloración del trabajo,la superficialidad y las postales para turistas´´.
Jenipher:
BorrarInteresantes comentarios los tuyos y, también, tu vinculación con una asignatura del semestre anterior. Ante esa observación no tengo ningún comentario... Me hubiese gustado leer alguna pregunta tuya