martes, 1 de noviembre de 2016

Contar la República: Réquiem por Mayanabo, por Darío Alejandro Alemán Cañizares

Nota Editorial (de Roque): Este es otro buen trabajo, construido (según Darío, su autor) como fruto de la recopilación en diversas fuentes. Creo que vale la pena leerlo desde la historia de un hombre que puede ser, es, de hecho, la historia de una comarca capitalina: Marianao. Sus comentarios e impresiones ayudarán a enriquecerlo.


Nemo patriam quia magna est amat, sed quia sua

Séneca

Si por Santa Felicia, Marianao, pregunta por Juan Arnaldo Gaínza lo más probable es que nadie le sepa contestar; ahora, si pregunta por “Pipo”, cualquiera puede indicarle el camino. A Pipo lo conoce mucha gente porque siempre ha vivido ahí. Hay familias cuyos abuelos, padres e hijos crecieron viéndolo caminar por el barrio, buscar los mandados o jugar ajedrez en las esquinas.

Aunque no se queja mucho, Pipo dice ser un “viejo cañengo”, para quien lo ve por primera vez resulta increíble la buena forma en que se mantiene para sus 90 años. Si alguien le alaba su longevidad el viejo se ríe y comienza a alardear:

“Bicho malo nunca muere” o “Mantén la mente ocupada y jode mucho. ¡Qué sé yo! Fuma tabaco que el que se cuida mucho vive poco”.

Vive con su hijo (maestro de preuniversitario retirado) en una casita pequeña y llena de humedad. Tras cruzar el umbral te asalta un fuerte olor a tabaco recién prendido y encuentras a Pipo sentado en su sillón con el rostro nublado por el humo. Los muebles están casi todos rotos, no obstante el televisor es un moderno “pantalla plana” que si te detienes a mirarlo, Pipo te dirá que se lo trajeron de Estados Unidos. Acto seguido registrará la casa en busca de las fotos que le ha mandado su nieto, que se fue ilegal del país hace unos años. Su foto favorita la tiene bien enmarcada. Es de hace unos meses y en ella aparece su bisnieta de un año cargada por un enorme Mickey Mouse.

“¿Viste qué linda la enana? Eso fue en Disneylandia. Cuando crezca un poco a ver si la traen, pa´ conocerla.”

***

Juan Arnaldo tiene una memoria de elefante. Sobre Marianao no hay mapa que describa sus calles mejor que él, ni libro que conozca más de su historia. Pipo no ha salido nunca del municipio: allí nació, allí hizo su familia, allí vive y allí quiere morirse.

“Esto ha cambiado mucho pero uno sabe que la esencia no se pierde. Por mucho que hayan puesto a Playa y La Lisa como municipios independientes, todo sigue siendo Marianao. Ser de aquí, al menos para los viejos, es como tener una segunda nacionalidad, una segunda patria.”

Su padre, Antonio Jesús, y su abuelo, Tomás, nacieron también en Marianao. Cuenta Pipo que Tomás Gaínza fue una especie de funcionario público dentro de la comunidad que no pudo llegar lejos en el mundo de la política. Poco antes de instaurarse la República trabajó junto con el General Francisco Leyte Vidal cuando este último fue nombrado Alcalde de Marianao por el veterano mambí Juan Rius Rivera, en 1900.

“El General Leyte Vidal era de Oriente y tenía fama de tipo duro pero en el fondo era más bueno que el pan. A mi abuelo le costaba creer que un hombre así, adaptado a arrancar cabezas de cuajo con su machete, fuera tan inteligente y diplomático. Mientras fue Alcalde organizó a la Policía Municipal, construyó un cementerio, dio terrenos para la construcción de un hogar infantil y renombró las calles para quitar todo lo que oliera a la etapa en que los españoles tenían a Cuba. ¡Ah! Pero como tipo duro que era, al General le molestaba tener a los americanos tan cerca. Por esa época los yanquis estaban en Columbia y tenían alborotado todo esto.”

Pipo detiene la conversación y se queda pensativo, intentando forzar su memoria.

“Te decía… el General Leyte Vidal estaba tan acomplejado con los americanos que le escribió un telegrama al mismísimo presidente de los Estados Unidos, firmado por él como Alcalde de Marianao. El telegrama decía así más o menos: Ayuntamiento Marianao pide independencia país. Pueblo de Cuba capaz de gobernarse. ¡Mira tú que tipo ese!”

Escucharlo citar con tanta precisión causa dudas. Es imposible que recuerde con increíble exactitud las historias de su abuelo, pero él contesta que también ha leído un poco. Su hijo, maestro de historia recién retirado, atendía la memoria histórica de la localidad y así Pipo conseguía bibliografía. Sus cuentos son una fusión perfecta de libros y vivencias adornados con dicharachos y valoraciones entrelíneas.

“Marianao es un lugar importante y lleno de anécdotas curiosas. Por ejemplo: ¿tú sabías que aquí mataron a Quintín Banderas? Dicen que el negro aquel era candela viva y que lo ascendían y lo degradaban a cada rato, pero cuando terminó la guerra ya era un viejo que no tenía ni donde caerse muerto. Cuando Estrada Palma fue Presidente, dicen que Quintín fue a pedirle ayuda financiera pero el vendío ese lo que le dio fueron limosnas. Eso no le gustó al negro y se alzó en una guerrita que se había formado contra Estrada Palma. Después de la guerra de independencia parece que a la gente se le olvidó que los negros fueron de los que más machete dieron y la discriminación racial se volvió algo normal en Cuba. El pobre de Quintín pagó por rebelde, pero sobre todo, por negro.”

“Resulta que se había alzado por esa zona del Wajay, El Cano, Arroyo Arenas… por allá. Estuvo un tiempo asaltando trenes, formando tiroteos, en fin. Eso no le gustó nada al Presidente, quien mandó a la Guardia Rural y a las tropas de un tal Capitán Delgado a ponerle fin a aquello. Quintín, se dio cuenta que estaba muy viejo pa seguir luchando y que al final esa guerrita no iba a resolver su problema, así que le pidió un salvoconducto a Estrada Palma y este se lo dio. Hay quien dice que lo machetearon mientras dormía, otros que lo mataron a traición mientras Quintín conversaba con la Guardia Rural sobre el supuesto salvoconducto. Al final lo tasajearon todo, dejándole la cara irreconocible. Después lo exhibieron por las calles de Marianao y lo enterraron en una fosa. Le tenían tanta rabia al negro que hasta le prohibieron a su viuda ponerle flores. Por suerte un buen cura rescató los restos de Quintín.”

“¿Viste? Todo eso pasó aquí, el problema es que ya nadie se dedica a investigar más, pero sí… fue aquí. Fíjate tú que Marianao era importante, que el mismísimo Maceo iba a meterle mano, lo que murió unas horas después de haber planificado la estrategia del ataque a Marianao. Jeje. Pero ese cuento te lo hago después u otro día”.

Pipo era un niño cuando el machadato y no recuerda mucho de aquella época. Lo que sabe es por los cuentos que le hacía su padre. Según él, está en la sangre de su familia la pasión por la historia y por contar cuentos.

Tomás Gaínza, por su parte, no fue un revolucionario, pero como a la mayoría del pueblo, no le agradaba la figura de Gerardo Machado.      

“Mi padre no fue alborotador. Todo lo contrario: lo de él era mantenerse lejos de los alborotos. Pero cuando nombraron a Machado “Hijo Adoptivo del Municipio” sí que se lanzó a protestar con los muchachos.”

“La idea del nombramiento fue del Partido Conservador, que tenía su Asamblea Municipal. ¡Muchacho, aquello causó un revuelo! Imagínate que la gente salió a protestar, sobre todo los estudiantes. Metieron preso a muchos jovencitos, entre ellos a Juan Manuel Márquez que desde esa época ya se estaba haciendo una figura por aquí.  La cosa llegó a ponerse tan fea que los petardos y los tiroteos te los encontrabas en cualquier esquina. Por ejemplo, los estudiantes usaron coches-bombas contra la policía, mataron al Jefe de la Policía Municipal y a cada rato baleaban a un funcionario machadista. Por supuesto, la policía no se quedó de brazos cruzados. El viejo me decía que acabadito de nacer yo, él se encontraba al menos una vez a la semana con un estudiante muerto en una esquina o una balacera en un callejón. Jeje! A partir de ahí jamás se metió en nada de política. No es que el viejo se me haya apendejado, es que simplemente tenía un niño chiquito que mantener y la cosa estaba más dura que de costumbre.”

Pero las historias violentas no son sus favoritas. Pipo sabe que, aunque Marianao guarda muchos muertos, también su historia tiene partes agradables. Cuando habla del pasado siente una nostalgia que no le deja hablar fluido. Hace pausas, rememora, sonríe, sigue su cuento. Para hacer media vuelve a encender su tabaco, lo saborea y comienza a mecerse con más fuerza.

“Marianao era un municipio bien pensado y bonito, no la ruina esta que ustedes, lo jóvenes, vieron cuando llegaron al mundo. Esta era “La Ciudad que Progresa”, no la cosa esa que han inventado del Medio Ambiente y la Solidaridad. Fíjate tú que en Miramar estaban los clubes y las mansiones de los ricos, también teníamos el Cuartel Columbia con aeropuerto y todo, el Maternidad Obrera (hecho en el segundo mandato de Batista), el Hipódromo, el Central Toledo, los cines… Todo eso sin contar la gente importante que nació aquí, como Lezama Lima y hasta ¡Alicia Alonso! Pa que tú veas.”

 “Por aquí por Pogolotti estaban las casas de los obreros y la gente humilde. A ver, no es que aquí se viviera en pésimas condiciones, de hambre y niños con la barriga llena de parásitos y eso. No. Esas cosas sí se veían en los campos pero por aquí no. Yo mismo, que no soy ni leído ni escribido como dice la gente por ahí, me mantenía bien trabajando de camionero. Cuando jovencito trabajé en la bodega de un chino amigo de mi padre. Oye… ¡qué manera de ser menuderos esos chinos! Si tú los vieras. Centavo a centavo se hacían una fortuna. Bueno, la cosa fue que después me hice de un camioncito y traía para Marianao los productos de allá de Bauta y Caimito.”

“Por esa época yo era adicto al juego pero no a la lotería ni nada de eso. A los casinos mucho menos, porque no tenía con qué. Pero recuerdo que me dio una vez por apostar al por menor con algunos compañeros míos. A veces jugaba dominó o ajedrez apostando dinero y quiero decirte que por ahí me ganaba unos pesitos. Una vez se me ocurrió alquilarme en una casa, cuya azotea daba para el Hipódromo. Allí me subía yo con mis amigos, agarrábamos dos o tres prismáticos, y desde ahí veíamos las carreras de caballos. Por supuesto, apostábamos entre nosotros porque no me iba a gastar un centavo allá adentro.”

Todos saben que a Pipo le gustan los juegos. En Santa Felicia lo tienen por una especie de Matusalén con las habilidades de Capablanca. En la sala-comedor de su casa, si uno se fija bien, puede encontrar encima de la mesa dos tableros de cartulina, y sobre ellos, para que el viento no los mueva, una cajita de madera con las piezas dentro.  En Marianao cada cuadra tiene su grupo de entusiastas por el dominó, pero de vez en cuando aparecen dos sujetos jugando ajedrez al aire libre, rodeados por silenciosos observadores que esperan con ansias su turno de sentarse.

“Mira, te voy a hacer un cuento pa terminar”-continúa- “¿Tú viste la biblioteca Enrique José Varona? La que está en 100 y 51. Bueno, ahí donde tú la vez, chiquitica, vacía y olvidada; esa biblioteca tiene su historia.”

“Mi segunda esposa trabajó ahí cuando ese lugar valía la pena. La construyeron por allá por los 40 y hasta hace unos años tenía de todo. Además, allí se reunían intelectuales de la época, sobre todo jóvenes. Ahora, si mal no recuerdo, creo que ese era el lugar de reunión de los arielistas. Te lo digo porque en el periódico El Sol salían escritos de esa gente y sobre la biblioteca también.”

“¡Ah! ¡Esa era la otra! Aquí Marianao tenía sus propios periódicos. Nada de eso de Granma y Juventud Rebelde nada más. No. Aquí había publicaciones de todo tipo: comerciales, de política, de cultura… hasta existía el Boletín Parroquial. Pero el más reconocido era El Sol. En ese periódico había una sección que se llamaba La Vida Literaria, y si te pones a buscar lo que queda de él, vas a encontrar en esa sección escritos de Rubén Martínez Villena, Juan Manuel Márquez, Juan Marinello… En fin, que no era poca cosa. ¡Eso tiene un valor histórico tremendo! Además, lo bueno que tenía era que no era un panfleto político. Ahí se decían bien las cosas. ¡Al pan, pan, y al vino, vino! Cuando tenían que decir dos o tres verdades la decían. Fíjate que su momento de mayor esplendor fue cuando Juan Manuel Márquez era Consejal de Marianao. Él escribía mucho para El Sol y organizaba concursos y esas cosas desde ahí. Ahora no. Ahora no tenemos nada. La gente se olvida y a los muchachones de hoy les da lo mismo chicha que limoná porque no vivieron aquello.”

***

Juan Arnaldo Gaínza, Pipo, sigue ahí, en su feudo de Santa Felicia donde algunos le veneran como se quiere a un viejo sabio. Sigue fumando tabaco en contra de lo que le dicen los médicos, sin embargo ya no juega tanto ajedrez en las calles porque cada vez se cansa más rápido. A veces su hijo, y único compañero, le saca el sillón al portal para que coja un poco de sol y fume tranquilo. Él se sienta, ve a la gente pasar y saluda a los conocidos.
Pipo ha conocido varias veces a Marianao. A lo largo de los años su tierra ha cambiado mucho, pero cuando parece desencantarse del presente encuentra algo hermoso a lo que agarrarse y se enamora de nuevo.
 Para Pipo, Marianao es un gran libro de cuentos escrito en un microscópico pedazo del mapamundi.

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